Al salir de sus países creen que todo mejorará, pero la realidad con que se encuentran los golpea duro
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Mohamed Asif soñaba con «una vida cómoda» en Alemania. Pero su homérico periplo hasta Europa y dos meses de pesadilla en centros de refugiados hicieron que este afgano regresara a Kabul, a pesar de la violencia y el desempleo.

El año pasado, más de 1,25 millones de extranjeros hicieron una solicitud de asilo en la Unión Europea (UE), un nivel jamás registrado por la Oficina europea de estadísticas. Los sirios son los más numerosos, y los afganos ocupan el segundo lugar con 178,230 mil pedidos.

En medio de serios problemas económicos, Mohamed Asif Nuri, licenciado en Economía de 26 años, emprendió su éxodo el año pasado.

Relata un agotador periplo que lo llevó de Kabul a Francfort, en Alemania, pasando por Irán, Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia y Austria.

«Lo más difícil fue pasar de Irán a Turquía» afirma. «Había en nuestro grupo un chico afgano algo gordo, que tenía dificultades para caminar en la montaña. Los traficantes le dieron un patada, cayó por una pendiente y jamás encontramos su cuerpo».

En Alemania, trasladado de un centro de acogida a otro, Mohamed Asif conoció a sirios, a iraquíes, y constató algo inamovible: «el nacionalismo europeo».

«Los europeos creen que vamos a destruir su cultura«, asegura. Y esa desconfianza ante los migrantes se agravó tras la noche de San Silvestre en Colonia, cuando decenas de mujeres fueron agredidas sexualmente por hombres presentados por las autoridades como mayoritariamente procedentes del Maghreb.

Al cabo de dos meses, Mohamed Asif ya estaba harto. Volvió a Afganistán gracias a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), sin esperar siquiera que su demanda de asilo fuera tramitada.

«Europa ha sido una amarga experiencia para mí», afirma.

Un futuro demasiado sombrío

Una pesadilla similar padeció su compatriota Abdul Ghafur Aryan, de 24 años, que también vivió en un centro de refugiados. Pasó tres meses en Fulda, al noreste de Fráncfort, tras un viaje por el que pagó 7,5 mil dólares.

«Los baños estaban sucios, y en todas las comidas sólo teníamos derecho a mermelada y mantequilla», explica.

Y luego, está esa impresión de ser tratado como un refugiado de segunda clase. Los sirios tienen derecho a clases de alemán pero no lo afganos, asegura. «Los alemanes deberían saber que Afganistán está en guerra, igual que Siria. Deberíamos ser tratados de la misma forma».

Abdul Ghafur aprovechó un vuelo de la OIM organizado hace diez días para regresar a Kabul. Un total de 135 refugiados afganos hicieron lo mismo.

Según la OIM, mil migrantes afganos han pedido abandonar Alemania. «Dejar su país, es sobre todo difícil para los hombres jóvenes y solos, debido a la separación familiar», destaca Jochen Oltmer, especialista de los movimientos de migración de la universidad de Osnabrück (Alemania). «Se dan cuenta de que hacer venir a su familia al país de acogida va a tardar varios años, entonces algunos renuncian», añade.

Pero ni esta constatación, ni el llamado del presidente del Consejo europeo Donald Tusk a los migrantes económicos a no venir a Europa, desalientan a otros aspirantes a viajar, como Nomyalay Saïd. Este antiguo intérprete de las fuerzas estadounidenses en Afganistán no tiene trabajo y pasa sus días en un parque de Kabul. Si las cosas no cambian, este joven afgano tomará contacto con un traficante de migrantes para «ir a Europa».

«Aquí el futuro es muy sombrío», constata.

Redacción El Sumario.

Con información de AFP.

Fotografía DIMITAR DILKOFF / AFP.

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