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DOBLE LLAVE – Amparado por su tono combativo y elocuente, Martin Schulz asumió las riendas del Partido Socialdemócrata (SPD) para enfrentarse en las elecciones del 24 de septiembre a la «eterna ganadora» Angela Merkel en un momento en el que una Alemania polarizada se dejaba seducir por el populismo y la ultraderecha.

Era el mes de enero. Hasta entonces presidente del Parlamento Europeo, Schulz, de 61 años, llegaba a su país presentándose como un ciudadano más, como un hombre corriente dispuesto a batallar por la justicia social. Él, que durante 23 años como eurodiputado perteneció a la élite de Bruselas y Estrasburgo.

Martin Schulz constituye una figura atípica en el ámbito político: en su biografía confluyen diferentes elementos que, a priori, no harían pensar que se convertiría en uno de los representantes públicos más destacados de Alemania.

De joven soñaba con llegar a ser jugador de fútbol profesional. Su futuro ligado al balón se vio sin embargo frustrado por una lesión que le llevó a caer en una depresión y en la adicción al alcohol.

Según contó a la prensa, en esa época bebió todo lo que pudo. «Estuve en uno de los peores momentos de mi vida. Tenía buenos amigos y una familia que me ayudaron y tuve suerte. Quizás mi vida pueda animar a otros a encarar su adicción», dijo.

Ayudado por su hermano, recuperó la ilusión gracias a una de sus grandes pasiones, la lectura. Ejerció la profesión de librero y contrajo matrimonio con una discreta arquitecta paisajista con la que tuvo dos hijos.

De formación autodidacta y sin ningún título universitario en su haber, es un apasionado eurófilo y habla seis idiomas (alemán, inglés, francés, español, italiano y holandés). Entre sus aficiones se encuentra también la historia, y asegura preferir la playa a la montaña como destino de vacaciones.

Schulz es miembro del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) desde 1974 pero no fue hasta 1987 cuando ocupó un cargo público, al convertirse
en alcalde de la pequeña localidad de Würselen, cerca de Aquisgrán (oeste de Alemania) En este puesto se mantuvo hasta 1998, compatibilizándolo con sus responsabilidades en Bruselas.

En la capital europea adoptó un fuerte perfil en política exterior y enseguida llamó la atención entre los periodistas por su franqueza a la hora de decir lo que opina.

La fama internacional le llegaría en 2003 tras un tenso enfrentamiento con el entonces dirigente italiano Silvio Berlusconi, quien durante una sesión parlamentaria en la Eurocámara le espetó que encajaría a la perfección en el papel de un supervisor de un campo de concentración.

Hace tres años Schulz vio frustradas sus expectativas de asumir la presidencia de la Comisión Europea y se mantuvo como presidente del Parlamento Europeo. En Estrasburgo destacó por sus fervorosos alegatos y una incansable labor a favor de la unión de Europa, que le valieron el Premio Carlomagno de 2015.

A finales de 2016, cuando anunció que abandonaría su puesto para regresar a la política nacional en Alemania, Schulz señaló que no le resultó fácil tomar la decisión porque consideraba un honor ser presidente de la Eurocámara, al tiempo que añadió que había intentado elevar durante estos años la visibilidad y la credibilidad de la política europea.

Nueve meses después de su desembarco en Berlín, Schulz ha pasado de ser el «Mesías» del SPD a convertirse en el rostro de las derrotas en cadena.

Con él como número uno, su formación sumó este año tres fracasos consecutivos en elecciones regionales que desinflaron definitivamente el llamado «efecto Schulz» en la antesala de la gran cita con las urnas.

El candidato que despertaba emociones no era capaz de empatizar con el electorado. Tampoco acertaba a la hora apretar las cuerdas a una escurridiza Merkel, a quien ha acusado durante la campaña electoral de no querer debatir sobre el futuro de Alemania.

Atrás queda la euforia que le permitió erigirse como presidente del Partido Socialdemócrata con el apoyo del cien por cien de la militancia. Todo un hito que, según aventuran las encuestas, quedará soterrado el próximo 24 de septiembre cuando el «avezado europeo» curtido en gestión de crisis en Bruselas sucumba ante el pragmatismo de la «eterna canciller».

Ariadna García / @Ariadnalimon

Con información de dpa

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