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DOBLE LLAVE – La presidenta chilena, Michelle Bachelet, pasó en un año del encanto a la crisis. Tres gabinetes en doce meses y los conflictos derivados de sus iniciativas viales, educativas y económicas así lo confirman.

Ya no bastan su sonrisa y empatía para alinear a sus conciudadanos y dirigir a sus partidos. Su popularidad cayó de un inicial 65 por ciento a un 50 por ciento. Además, los senadores de su alianza, la Concertación por la Democracia, no sealinean tras sus proyectos.

El político y amigo más cercano a la mandataria, el senador socialista Camilo Escalona, admitió que surgió un nuevo cuadro político y que como conglomerado «tenemos una permanente dificultad para sacar adelante nuestras iniciativas y gobernar».

En el centro del conflicto se encuentran tres temas fundamentales. Por un lado, la incapacidad de Bachelet y su equipo para imponer una agenda. Por otro, las diferencias que asoman con más fuerza respecto al modelo neoliberal de desarrollo y en tercer lugar, los conflictos con Argentina, Perú y Venezuela.

La debilidad resultante la obligó a pedir disculpas en la cadena nacional a la ciudadanía por el fracaso del nuevo sistema de transporte público de la capital.

Pero además, la condujo a traicionar dos promesas: un gabinete con igual número de hombres y mujeres y el retiro de los rostros que coparon el gobierno desde 1990.

Sus últimas designaciones devolvieron la supremacía masculina a la política palaciega, excluyeron a las mujeres de los ministerios políticos y marcaron el retorno de los líderes que pactaron la transición democrática con el dictador Augusto Pinochet (1973-1990).

Un símbolo de ello fue el nombramiento del socialista José Viera-Gallo como ministro de la Presidencia, en reemplazo de una histórica amiga de Bachelet, la abogada Paulina Veloso, que se retiró entre lágrimas.

Pero en el fondo del conflicto está la discusión sobre el modelo de desarrollo. Éste se basa en la primacía constitucional de la propiedad privada, los acuerdos comerciales con Estados Unidos, la Unión Europea, China, India y Mercosur, además de un férreo control inflacionario y fiscal.

Chile en 17 años se convirtió en el país con el ingreso per cápita más alto de Latinoamérica, redujo de 47 a 18 por ciento la pobreza, pero mantuvo inalterada su desigual distribución de la riqueza, una de las seis más injustas de la región.

Bachelet llegó al poder prometiendo un sistema de protección social que redujera las brechas sociales, pero paradójicamente optó por una política de superávit fiscal estructural.

En su primer año de gestión ahorró 11.000 millones de dólares, que además decidió depositar en el extranjero. A fines de su gobierno, aposará unos 25.000 millones de dólares en las arcas fiscales, por lo menos.

Su decisión es resistida incluso por los empresarios. Tampoco la apoyan la derecha, sus partidos, las organizaciones de trabajadores y la mayoría de los expertos económicos.

Todos le plantearon fijar un equilibrio fiscal estructural que libere miles de millones de dólares para programas sociales.

Ella confía en el independiente y cada vez más solitario ministro de Hacienda, Andrés Velasco, quien opta por la prudencia fiscal para evitar una caída del dólar o un salto de la inflación, que no supera el tres por ciento.

Estas diferencias terminaron propinándole su última derrota política. Esta semana el Senado rechazó un simbólico proyecto económico que incentivaba tributariamente la inversión.

En un inusual cruce se unieron parlamentarios de derecha con los congresistas más críticos al neoliberalismo de la alianza de gobierno. En el otro frente, los leales a Bachelet, apoyados por los líderes empresariales, quienes desplegaron un fuerte lobby en el Congreso a petición del propio ministro de Hacienda.

El fracasó obligó hoy a convocar una reunión de emergencia del comité político, encabezado por el ministro del Interior, Belisario Velasco, quien se inclina por posturas menos ortodoxas que el titular de Hacienda.

La moneda de cambio será un programa especial de fomento a la pequeña empresa que provee el 80 por ciento del empleo. «El ministro de Hacienda debe bajar más a la tierra», pidió el senador socialista Carlos Ominami, amigo de infancia de Bachelet.

Lo positivo para Bachelet es que la derecha no logra capitalizar las crisis sucesivas y el desorden del oficialismo. Ninguna encuesta le otorga más de un 30 por ciento de las preferencias.

Hay que tener en cuenta que en 2008 se celebrarán elecciones municipales y en 2009 presidenciales y parlamentarias en el país.

Mauricio Weibel

Con información de Dpa.

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