Condenado a 4 años de prisión por su complicidad en la matanza genocida de unos 300 mil judíos
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Oskar Gröning, el contador que llevó las cuentas de los bienes despojados a los judíos inmolados en los hornos del campo de concentración, trabajo y exterminio de Auschwitz-Bierkenau (Polonia) fue condenado hace apenas unos días (15 de julio de 2015) por un Tribunal penal de Lueneburg, en el norte de Alemania, a 4 años de prisión por su complicidad en la matanza genocida de unos 300.000 judíos en los hornos crematorios. El condenado tiene 94 años de edad y cuando cometió su conducta cómplice en 1944 tenía 21, apenas. Perteneció a la agrupación criminal Waffen SS con el cargo de Sargento. Se le ha llamado el “contador o tesorero de Auschwitz” debido a su trabajo de contabilidad en el agrandamiento de la tesorería del III Reich.

Se trata de un caso que continúa en la onda de la reciente jurisprudencia del caso John Demjanjuk, ya fallecido. Quien tan solo fue guardia del campo de exterminio de Sobibor. Demjanjuk fue condenado por un tribunal de Munich en 2011 a 5 años de prisión por complicidad en el asesinato de unos 28.000 judíos, pese a que no se le pudo probar una participación directa en los crímenes. En ambos casos, no se trata de unos autores directos de los asesinatos, sino de unos eficientes cooperantes en la custodia y determinación de quienes irían al horno crematorio y la expoliación de sus propiedades personales.

El caso Gröning es un caso de jurisdicción universal que ha permitido juzgar los actos atroces de seres banales (como diría Fernando Mires, parafraseando a Hanna Arendt) que permitieron y facilitaron en Holocausto de 6 millones de judíos, millones de rusos, polacos, húngaros, gitanos, católicos, homosexuales, discapacitados, ancianos, comunistas, y socialdemócratas. Tales hechos son imprescriptibles. Anteriormente al caso de Demjanjuk la jurisprudencia alemana permitía solo el juzgamiento de actores directos de asesinatos durante el Holocausto. Desde 2011 se abrió el dique de otras formas de participación. Es evidente, que las decisiones de los líderes solo fueron posibles con la participación voluntaria y consciente de los cómplices bajo su autoridad.

El trabajo de Gröning consistía en clasificar a los detenidos y sus bienes. Para el caso juzgado se trataba de 425.000 judíos húngaros que fueron trasladados en 137 trenes desde diferentes destinos de Hungría hasta Auschwitz (esta lista limitada es la que se ha podido probar en la imputación, hasta ahora). Bajo esa clasificación se separaban a quienes debían trabajar de forma esclavizada de aquellos inservibles o “indignos de vivir”, simplemente, los que eran subhumanos, matables, como los calificaría Giorgio Agamben. También, debía revisar las maletas de las víctimas y sustraer los objetos de valor y cualquier cosa que sería confiscada por el III Reich. En 1944 los nazis mataron 300.000 del total antes indicado. Gröning ayudó a clasificar y despojarles de sus exiguas propiedades (dinero, relojes, maletas, lentes, abrigos, zapatos, etc.), para luego remitirlas a Berlín.

Gröning no mató a nadie personalmente, se considera inocente: “No maté a nadie. Sólo fui una ruedita en la maquinaria de exterminio”, afirmó en 2005. Durante su juicio pidió perdón por su participación voluntaria en las tareas que le encomendaban, con lo cual, sin embargo, se perpetró uno de los mayores saqueos de los que se tiene noticia desde la antigüedad contra la propiedad privada de los judíos. Sin embargo, estos delitos contra la propiedad no fueron procesados.

Gröning jamás se rebeló frente a los actos horrendos que presenció y con los cuales colaboró eficientemente. Fue una de esas rueditas que hicieron que el proceso industrial de aniquilación de grandes masas fuera posible. Los jerarcas nazis no jalaban del gatillo: daban órdenes a sus peones y las rueditas comenzaban a girar de forma obediente y sin chistar: todo era legal y normal para ellos.

Este caso debe servir de lección para los profesionales de cualquier tipo y cualquier cooperante voluntario de una barbarie en contra de los derechos humanos. La justicia universal ha logrado un nuevo hito en la jurisprudencia.

Fernando M. Fernández

Profesor de Derecho Penal Internacional, Derechos Humanos y Criminología.

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